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domingo, 11 de marzo de 2012

Dibujos de niños haitianos:.

Collage de dibujos realizados por niños haitianos:.
Campamento Croix-des-Bouquets
05.02.12







jueves, 12 de enero de 2012

Haití










Muchas cosas de la vida no las entendemos hasta que las vivimos, incluso cuando estamos conscientes de ciertas realidades. A pesar de este entendimiento, luego de experimentarlas es importante que se relacione con alguna huella amnémica, obtenga una estructura y realmente tenga influencia en nuestras vidas.

Un viaje a Haití:

Estaba emocionada por la experiencia, al poseer este espíritu aventurero y estas ansias de conocer, sin pensarlo dos veces dije: "sí quiero ir, sí quiero conocer esa ciudad, sí quiero contribuir. Salimos a las 4:30 de la mañana y ahí comenzó nuestro viaje, entre cajas de donaciones, medicamentos y paquetes de botellas de agua que poníamos debajo de nuestros pies, nos encaminamos hacia Haití, recorrimos caminos desérticos, senderos y comunidades entre muchas canciones y carreteras; mucho después estaba Haití, un camino de 6 horas partiendo desde la ciudad de Santo Domingo, República Dominicana.

Mi hermana y yo preparamos los alimentos exclusivamente para mantener la dieta, nada de snacks, refrescos o dulces. Entre quesos y granolas nos mantuvimos en pie y conservamos las energías. Compartimos muchas risas, historias y recuerdos con personas que acabábamos de conocer. A eso de las 11:00 a.m. ya estábamos en la frontera.

Es increíble la diferencia marcada que existe ente un país y el otro, entre tenerlo todo y no tener nada, entre luchar por las oportunidades como jóvenes abriéndonos los caminos, y considerar una oportunidad de la misma manera en la que es considerada una utopía, los estudios, los libros y el conocimiento muy lejos de la realidad; esto es lo que sucede con el pueblo Haitiano, cualquier intento de superación se encuentra castrado por esta realidad.

La llegada al campamento me impresionó, no solo por ver en las condiciones en las que viven actualmente esas personas, si no por la alegría con la que nos recibieron, con la sonrisa en sus caras, por los abrazos llenos de amor que nos entregaban a pesar del hambre, la sed y la enfermedad, nos levantaron sus brazos y regalaron sus sonrisas; los niños que llegaban hasta mis rodillas me rodearon con sus brazos y algunos no me dejaban incluso caminar.
Si de impresión se trata, lo que me impresionó fue la mirada, la de cada una de las personas que tuve la oportunidad de ver, el rostro de esos niños. Me sentí como cuando me iba de misión y viajaba a comunidades pobres del país donde permanecía dos semanas realizando un campamento para los niños; sobretodo me transporté cuando me fue entregado un paquete de galletitas que tenía que repartir entre ellos.

Los niños de las comunidades de misión jugaban mucho, tenían fuerzas, cuando me tocaba repartir galletas podíamos lograr que hicieran una fila y las galletas daban para todos, esperaban en calma que se les diera su respectiva galletita por la buena labor del día. Este no era el caso en este campamento de refugiados que visitamos en Haití, aquí me fueron entregados paquetes de galletas que no daban para la cantidad de niños que había allí, éstos niños de verdad tenían hambre, posiblemente tenían algunos días sin comer nada, si digerir algún dulce y querían, de verdad querían una galleta.

En un primer momento intenté comunicarme y lograr que hicieran una especie de fila que se volvió molote; se mantuvieron en esta fila, pero en la medida en la que veían que se me estaban terminando se comenzaban a poner ansiosos y como si fuese lo último que hicieran se lanzaban sobre mí y me sacaban la galletita del paquete. Lo impresionante para mí fue en ese momento saber que sin darme cuenta estaba eligiendo entre todos esos niños los que comerían durante ese día y los que no; cada galleta que le entregaba a uno de los niños era una galleta que dejaba de entregarle a otro.

Dar una vuelta y caminar por el campamento fue otra de mis impresiones y de mis nudos de garganta; al ver a una mujer, con sus hijos alrededor con una pequeña olla, algunas hojas, intentando cocinar en el piso las patas del pollo; ver un recién nacido lleno de ronchas, con dermatitis, familias viviendo en pequeñitas carpas sin piso, entre piedras, ocultos ante la sociedad, ocultos para el mundo donde el progreso es otra utopía. El día a día, momento a momento, sin guardar nada por no tener nada que guardar, tratando de alimentar a los suyos día a día, intentando no enfermarse para sobrevivir. 

Y así corrieron, sin poder comunicarme por el idioma pude hacerlo con mi cuerpo y comencé a correr, mientras corría comenzaron unos cuantos a correr detrás de mí, en un abrir y cerrar de ojos casi todos los niños del campamento estaban corriendo conmigo, mi hermana que me acompañó en este viaje también se unió y comenzamos a aplaudir, a brincar y los niños reían.

Dejé de correr porque en un momento en el que me detuve a pensar me llegó a la cabeza lo siguiente: "Estos niños no han comido, pocos han tomado agua, están disfrutando mucho este momento pero, ¿Luego tendrás como quitarle la sed, tendrás como devolverle la energía física?" La respuesta era obvia, por eso decidí que cantáramos un poco y detener el tiempo de animación; en unas horas yo estaría en mi casa, tomando agua, comiendo granola y los dejaría con sed.

Lo último que hicimos fue cantar nada más y nada menos que el “Oh-Alele”, tomé a dos niños de las manos, y todos se fueron agarrando, hicimos una gran ronda, rodeábamos el campamento entero y cantamos “Oh-Alele”, hubo algo en sus miradas, por un instante sus ojos brillaron y presiento que fue de felicidad y por un instante se olvidaron del hambre. Muchos trataban de decirme algo que al final no comprendí pero cantamos el Alele.

De regreso me senté al lado de mi maestra y le pregunté cual era el pronóstico para estas personas a lo que me contesto: La muerte, estamos paleando un poco su condición pero si estas personas no reciben la ayuda que necesitan, muchos de ellos van a morir. Estas palabras resonaban en mi cabeza: Morir... MORIR, mientras nosotros alargamos la vida de algunos, quizás los que iban a morir mañana tengan unos días más de vida.

Durante ese mismo camino de regreso el sol ya se había acostado y comenzó a llover, llovía muy fuerte y aún no llegábamos a la frontera; miraba por la ventana y miraba al cielo; mi mente no dejaba de imaginarse esos niños, esos padres dormidos entre las piedras, bajo la tempestad, sin un techo, sin un piso. Mi mente se transportaba a ese campamento y pensaba en cada gota de agua como caía en el rostro de uno de ellos, le mojaban, lo único que les pertenecía, sus propios cuerpos.

Con vivir no necesariamente nos referimos a que afecte directamente a nuestras vidas, con tener un tanto de participación o nos empapemos de la realidad del otro con un corazón abierto y dispuesto a mirar a través de las miradas puede contar como vivencia. Para quedar marcados no tienen que haber cicatrices tangibles, hay rasguños que se viven cuando uno se pone en los zapatos del otro. Quiero creer en la utopía, quiero creer que este pueblo se levantará, es increíble la sed de conocimiento que tienen estos niños, las ganas de vivir que brotan en sus miradas, la cantidad tan grande de afecto en sus corazones en búsqueda de otro con quien compartirlo. Y se mantiene la fe y yo en el autobús.



Bianca Melo Ballast